La tarea del escritor, digámoslo, el deber ser, es el conservar el lenguaje vivo, el otro, el enriquecerlo. Por eso los grandes autores, los artistas de la pluma y la elocuencia, han convertido la lengua de la soldadesca en ironía punzante. El Siglo de Oro español amplió el horizonte con la obra de Góngora, Quevedo, Cervantes, para dejarla por herencia a Blas de Otero, Gloria Fuerte, Valle Inclán y más ascendencia.
23 de junio es el día internacional del hispanohablante. El día para buscar a los autores, a los dramaturgos, quienes han utilizado el idioma para engrandecerlo, para llegar más allá de la anécdota, del tratamiento temático, del juego escénico.
Parte de la tarea del crítico el estudio de la utilización del lenguaje. La gran mayoría llega al manejo anecdótico, otros se quedan en los personajes. Pocos, muy pocos se adentran en la estética del lenguaje, en sus aportaciones.
23 de junio ¿Cuántos hispanohablantes caminamos por el mundo? ¿Cuántas mutilaciones lingüísticas se habrán hecho a nombre de simplificar el montaje? ¿Cuántos prosaísmos cometidos?
Lope de Vega, poeta, parte de esa herencia al lenguaje con grandes obras como La Gatomaquia, Fuenteovejuna, con ese certero manejo del lenguaje y su circunstancia.
El teatro es una estructura viva. Presente se encuentra ante un público, genera una sintaxis específica para la realización, la actuación en su completo proceso para la puesta en escena.
Cervantes aportó en este rublo. Cada personaje no sólo guarda unidad en la obra, su estructura lingüística ofrece la dificultad necesaria para darle énfasis a lo comentado. El gran secreto de los entremeses.
Y qué decir de Calderón de la Barca con sus discursos teológicos, con sus aportaciones a la estructura de los dramaturgos del absurdo. Conocimiento basto, no sólo del idioma, además de la filosofía.
Y eso para no mencionar a Sor Juana Inés de la Cruz, quién además conoce a quien le dirige su obra, el motivo, la razón. Conoce el náhuatl, el otomí, y hasta algún africanismo. Su grandeza radica en ese enriquecer el idioma. Escribir para la escena implica conocer al público.
Y corre el tiempo, y corre la sociedad con sus múltiples necesidades, su conflictiva, su necesidad de revisar la historia y sus procesos. Llega el Siglo XX, los autores con ese conocimiento del lenguaje, los grandes, Villaurrutia, Novo, Monterde, Castellanos. Luego vendrán Carballido, Argüelles, Magaña, Leñero, Luisa Josefina Hernández.
La ciudad crece. Se descompone. Los campos de cultivo cambian de uso de suelo. Aparecen lo mismo zonas marginales tanto como suburbios de la clase media (lo que los economistas llaman la sub-clase, la zona intermedia, esa, la deseada por los grandes capitalistas, la que gasta, se endeuda, la que, acorde a como está el mundo de las finanzas, o se vuelve más pobre, o más vive de prestado con un pariente de mojado) Los dramaturgos cincuenta/ sesenta conocieron esos lenguajes: Sergio Magaña, Emilio Carballido, Hugo Argüelles. Luego vendría Víctor Hugo Rascón Banda, Sabina Berman, José Agustín. La descomposición social requería de otras voces, otros lenguajes, ahí estaba Alejandro Licona, Enrique Cisneros, Enrique Ballesté. Ahí estaban,
La ciudad crece. Los dramaturgos también. Haría falta ese cuerpo de teóricos que analice por dónde se va el lenguaje. Cómo, hacia dónde, quienes, son los autores.
Una pregunta, siempre el cuestionamiento ocioso ¿Por qué tanto dramaturgo sin un estudio de su obra? ¿Por qué el mismo discurso en las adaptaciones de las adaptaciones de novelas, narraciones europeas?
Pero bueno, el 23 de junio es el día del hispanohablante.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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