Por José Ruiz Mercado
Tomás y Oscar. Oscar y Tomás. Los personajes. Tan sólo dos de todos, todos no son dos. Y seguimos. La lista es larga. Las voces son muchas. Los estilos cortos.
Entramos a ese cuarto oscuro. Ese que nos quiso hacer creer una línea genérica en donde todos iguales como los grises hicieron brotar recuentos de montajes, recuentos de obras, recuento de autores, como un informe más o menos detallado del se hizo.
Son los documentos a los cuáles acude el historiógrafo para clasificarlos hacia la revisión del historiador, del sociólogo, del esteta. Viene la duda ¿Tenemos sociólogos de la cultura? Pregunta recurrente.
Cada día se hace necesario revisar la obra de nuestros dramaturgos. Ubicarla para certificar la riqueza con la cual contamos, misma que sin los estudios pertinentes estamos a punto de perder.
Hubo un momento, cuando se hablaba de Antonio Argudín, autor de Las Peripecias de un Costal, La Luna y la Tinta, publicadas en 1976 por la Universidad Veracruzana, en donde forma parte del Consejo de la Revista Tramoya.
A Argudín le perdí la pista. De pronto ya nadie comentaba de él y de su obra. Nuevamente la interrogante perversa ¿Qué hace a un autor estar vigente? ¿Tener muchos amigos? ¿Estar en el momento indicado con los personajes indicados? ¿La obra?
Lo conocí en Xalapa, en alguno de los encuentros patrocinados por la Universidad, en alguno de los organizados por Francisco Beverido; charlamos, discutimos mucho, como se amerita. Nos leímos mutuamente.
Antonio Argudín, quien en algún momento se comentó en los círculos de su obra Las Peripecias de un Costal (¿A cuántos autores se les conoce por una obra antes que por la totalidad? Felipe Reyes Palacios, por ejemplo, con su Dialogo del Enterrador con un Zapatero) nació en Veracruz un 9 de junio de 1953 y fallece en octubre de 2006.
Entonces debemos gritar. Caer mal, pero no tanto, luego cobijarte en algún pudiente personaje, si es de la política mejor, y más aún si es analfabeta, eso no cuesta trabajo encontrarlo, da lo mismo, y no es tan peor. Mejor aún, a alguien con peso en la nomina del Estado, para que alguien voltee a ver la obra propia.
En el mejor de los casos salir a otros espacios, otras ciudades, otros países, coquetear de vez en cuando con la gente del centro para no ser olvidado a pesar de tener una obra sólida.
México tiene una fortuna. Un buen número de propuestas autorales. Rico como ningún otro país. Las voces son muchas. Pero adolece de estudiosos de la cultura propia.
De nuevo la máxima Pame. Los extranjeros quienes desconocen la historia. Ellos dicen, un Pame que no es de la comunidad desconoce la historia, ellos son los diablitos de barro crudo.
De nuevo el grito callado por los mismos integrantes de la comunidad teatral, los amantes de Shakespeare, quienes en su delicadeza se sienten dignos nada más que de Don Memo, como alguna vez lo dijo Emilio Carballido.
De nuevo volvemos los ojos al exterior en los momentos actuales cuando el teatro mexicano crece y, sólo le falta el acta de legitimidad.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
Comentarios
Publicar un comentario