Por José Ruiz Mercado
Llenos de incógnitas. Tanto Oscar como Tomás dejaron huella. Autores con una propuesta, ambos, como muchos otros, no han sido estudiados. Ambos con una visión del mundo propositiva. Autores con tendencia al olvido.
En ocasiones uno desearía toparse con gente pensante en la comunidad artística, luego viene la decepción. Hasta es posible, como, algunos comentan: Un artista no necesariamente es un intelectual.
Entre el trabajo artístico y el intelectual existe una línea, delgada y pequeña, pequeña y delgada, sutil, tan ligera, apenas perceptible. El uno trabaja con los sentimientos, abre pequeñas fisuras en la sensibilidad social. El otro razona, observa, metódico, hace la lectura social, política, estética.
Pocos son los individuos con estas cualidades. La ausencia de documentos, el olvido de obras y autores, el presentismo individualista, el desconocimiento de la voz del otro nos ha llevado a detenernos, a continuar esquemas, a olvidarnos de la posibilidad de nuevas herramientas.
Tanto Oscar como Tomás rompieron con esquemas. Oscar en su estructura, con la escritura casi como guiones cinematográficos. Recordemos Atlántida, quizás la obra más conocida, tan sólo como un ejemplo.
Tomás con ese conocimiento de la escena, sus críticas a fondo, como aquella, cuando comenta acerca de la Compañía Nacional de Teatro: “Corre el año del 77 cuando por decreto presidencial se institucionaliza, se le reestructura, organiza meticulosamente y se le da calidad de Compañía de Repertorio. “
Esa estructura de crónica a la usanza del corrido, del pregonero, tan teatral, pero sobre todo en la atemporalidad. Artículo editado en la Revista Tramoya de la Universidad Veracruzana, correspondiente a julio septiembre de 1977. La elegancia de decir este año. Es el número 8.
Luego, cuando escribe de uno de los montajes de la Compañía, de Luces de Bohemia, concretamente, hace vuelo con el conocimiento de la obra y el autor, tanto como que invita a ver el montaje, a estar en él, en esa sagrada comunión actor, público, obra. Público para gritar de pie, aplaudir.
“Luces de bohemia, esperpento, laberinto de espejos cóncavos, cuenta las andanzas de Máximo Estrella en un Madrid desgarrante, visceral. La pluma de Valle Inclán vuela libérrima y crea, luzbelinamente, como el Goya del teatro, un aguafuerte de España difícil de superar” Difícil encontrarse con un crítico así, anhelo de ser objeto de la pluma, creadora de un lenguaje poético. Quién tuviera la fortuna de tener un analista de la obra propia que diga, opine, aunque sea mal que ya lo estará haciendo bien.
Critiquemos al crítico. Saquemos el bisturí para adentrarnos en su conocimiento del lenguaje, el verbo y la escena. Discípulo de Emilio Carballido, sí, pero también de Olga Harmony.
“Este gran don Ramón de las barbas de chivo yo creo que vivió desde que nació –como diría un personaje chejoviano- y uno sabe qué admirar más en él, si su vida de león, anecdóticamente sin parangón, o su vasta obra. Hay que participar de sus dos azogues: de sus palabras que son espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo, matrices cristalinas, sus divinas palabras humildes como la vida, su barroquismo como un cerco de espadas. Pero también hay que asomarse a su vivir, a grandes zancadas, desde que era zagal, mozo endrino, luego su bohemia, su manquismo al cumplir los treinta años hubieron de cercenarme un brazo, su faquirismo, su viaje a México, sus fumadas de cáñamo índico en su pipa de Kif, la marea de su luenga barba blanca; su alter ego: el marqués de Bradomín, los pequeños cambios de fortuna, su pobreza de florecita franciscana que pedía prestada la pluma y el tintero a la portera para escribir sus obras (en lo poético, narrativo y dramático) definitivas en la literatura universal y que usaba piedras de la calle como pisapapeles al escribir sus esperpentos. Participante del pasado, de su presente, de nuestro presente y del futuro, porque, don Ramón tiene una memoria de miles de años”
Tomás, agudo, irreverente tanto como conocedor del lenguaje. Inicia comentando la obra de Ramón María del Valle Inclán para posterior decir de las bondades del montaje. Comenta del trabajo todo, de la Compañía Nacional de Teatro, en ese inicio. Alude a un personaje de Chejov para terminar su artículo, el cierre, con el montaje de Tres Hermanas, de Antón Pavlovich Chejov. El redondeo imaginativo.
¡Qué honor contar con un crítico de mis obra de este tamaño! Pero Tomás ya se murió y yo, terminaré muriendo sin conocer a alguien con el conocimiento del lenguaje y, mucho menos de mi obra.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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