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LA FALLA MÁS GRANDE

   Por José Ruiz Mercado

Falla educativa, el facilismo. La idea de que cualquiera lo puede hacer. Cada vez son más socorridos los concursos para jóvenes, en donde, tanto los jueces como los participantes son universitarios. La producción, por lo tanto, fruto de un mínimo de lecturas, sin una sistematización se ha estancado en un periodo del absurdo mal entendido. Los premios son exclusivamente pecuniarios, en ocasiones, la publicación; pero, la puesta en escena se olvida ¿Cómo se resuelve la finalidad del texto sin un montaje?

Otro error radica en confundir dramaturgia con el hecho escénico. El dramaturgo es un literato, cuando su obra se lleva a la escena entonces ya forma parte de la familia teatral. Cómo confundir el ovulo y el espermatozoide con el bebé. Las becas y los premios se quedan en esta etapa. Mientras no exista la puesta en escena no existe parto.

Esto, lejos de ayudar a una investigación de la dramaturgia, complica el panorama ¿Cómo llegar a una sistematización metodológica para revisar las propuestas de los dramaturgos a la escena? ¿Quién, así, en familia, director, actor, sepa hacer su trabajo sin caer en esquematismos? Esto da otro absurdo: Si cada uno tiene su trabajo no debería existir la pugna entre dramaturgo y director. Cada uno a su trabajo.

Sin ser psicólogo entremos en el terreno de la identidad. En esa etapa del adolescente a la búsqueda de su propio “yo”. A esa estructura simbólica en donde la necesidad de identificación es importante para el proceso del niño; tomar un modelo. Con una educación eurocéntrica (el dueño de la espada (léase la tecnología) tiene el poder), la alternativa será Europa, y la perspectiva será la fuerza, la falta de respeto al trabajo ajeno, nuevamente la lectura del neoliberalismo, el individualismo, la negación a los derechos de autor, las adaptaciones.

Sin ser sociólogo la necesidad de adaptación, el obtener un status ante el grupo, un capital social, el individualismo como ideología, ofrece un ropaje del emperador la escuela; los grupos hegemónicos emergidos de las universidades mantienen dos tipos de público: El cultista, que enarbola el universalismo como modelo. El facilista, el cual pretende un teatro de escape, de fácil digestión, fársico, fruto de una falla de lecturas sistematizadas y una información desmedida. Ambos se identifican, con un afán aristocrático, se olvidan del resto de los públicos en la creencia de uno sólo, homogéneo (la contradicción al individualismo por ellos mismos pregonado), en una abstracción ideal: El teatro es cultura.

Otro hecho, más fuerte aún a partir del Siglo XX, es la tarea del crítico. Cuando éste ejerce su oficio, sin pretender un intelectualismo, es quien provoca los cambios, el agudo observador de la estructura, el sabio lector de hallazgos, quien coloca al dramaturgo en su momento, al director, al actor, con su propuesta.

Es, fruto de sus múltiples lecturas, el observador vivaz, el creativo desinteresado alimentador de los nuevos públicos. Provoca el surgimiento, permanencia, de los dramaturgos, pero también el estancamiento de otros.

Mientras no exista la puesta en escena no existe parto, dije líneas atrás, pero mientras ese parto no sea documentado no existe ¿De dónde van a abrevar los nuevos? Tenemos una deuda con el teatro mexicano. Toda nación tiene, en su repertorio una obra de los autores representativos de su país ¿La Compañía Nacional de Teatro tiene un montaje en su repertorio de ésta naturaleza?

Al crítico también le pertenece esta acción, además de ser ese provocador ya mencionado. El ejercicio mediático ha llevado, no sólo a la permanencia de algunos, sino a su crecimiento. La pregunta obligada: ¿Qué dirección ha tomado la crítica en México con referencia a la creación de públicos? Quizá sea necesario un taller de crítica teatral en lugar de los de dramaturgia. Aún más, generar becas y concursos con este tenor. Una más ¿Qué pasa con los centros de investigación universitarios? ¿Qué con la distribución de sus libros?

Se requiere de un crítico abierto. Con la herramienta necesaria. Desideologizado. Que no externe sus gustos sino la puesta en escena. Pero sobre todo, haber superado su periodo de estudiante.

Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.

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