Por José Ruiz Mercado
En 1977 Luis de Tavira llevó a la escena la única obra de Jaime Augusto Shelley con la actuación de José Luis Cruz, Joaquín Garrido y Socorro Cancino. La obra cuya anécdota se ubica en la Revolución Francesa.
Sin formar parte de los grupos teatrales, de los talleres de los grandes maestros, sin forma parte de los privilegios de pertenencia, por lo tanto, los montajes con los grupos universitarios, de las otras instituciones su obra, la única, fue llevada a la escena, y diez años después, se publica en la colección Lecturas Mexicanas: La Gran Revolución.
En México, la propuesta de la cultura, la oficial, porque no existe la otra, la contestataria, la apostadora, la provocadora de cambios y manifiestos, la no mediática y, para llevar a escena una obra se requiere de la pertenencia grupal.
Así es el teatro mexicano. Así se forman las tendencias, los efectos afines. Es posible que por esto el Estado, las Instituciones oficiales, se hayan resuelto el cobijo de la escena.
Complejo el mundo del teatro. Siempre cercano al público, siempre cercano al amparo institucional, sagrado cobijo, complejo en la esperanza del padrino sensible.
Hubo un tiempo cuando los padrinos peleaban al ahijado, esos vecinos distantes, la triada de la esperanza siempre generosa en su institucionalidad acervo. Hubo un tiempo y fallecieron.
Jaime Augusto Shelley no perteneció a ninguno de esos talleres de la triada. Se sostuvo en la otra trinchera; en la poesía. Fue parte de la Espiga Amotinada, el grupo nacido de la visión de Margaret Randall, la visionaria de la revista El Corno Emplumado.
Y fue parte de ese movimiento poético que voltio los ojos a la poesía inglesa, que dijo espérate a la tradición marcada por los contemporáneos, o a los seguidores del grupo Taller.
Jaime Augusto Shelley jugó con las palabras como quien juega con la música. Cada palabra responde a un sonido, mejor dicho, es un sonido en sí misma; el conjunto de sonidos nos llevan a un tono, a un himno a la impaciencia.
Ese conjunto de sonidos. Ese conjunto a la manera de un gran piano, a la manera de los tonos con sus blancas y negras nos lleva a la escena, a ese teatro de La Gran Revolución.
Monarquía o República. Clásico o Romántico. El gran pueblo toma las calles ante la mirada de los monarcas. Monarquía o Revolución es la metáfora de esa obra, la cual toma a la distancia histórica para analizar, en los años setenta, la instancia de un grupo de poder político, de la monarquía del régimen.
Estaba cercana la dictadura que llevó a los universitarios a esa muerte chiquita, el 68 aún se podía oler. Los grupos inconformes se dejaban escuchar. La metáfora de la Revolución Francesa era la medida.
México continúa siendo un país complejo. El proceso del teatro se vuelve aún más complejo por su cercanía institucional. Se requieren sociólogos de la cultura, antes que de la política. Se necesitan politólogos antes que opinadores cotidianos. Se requiere un público antes que caza cortesías.
Jaime Augusto Shelley escribió, tuvo la fortuna de ver su obra, la única, montada por profesionales, de verla editada en una edición de largo alcance y, fallece este Septiembre a los 83 años.
Morir no es lo peor/ Es lo último. Escribió alguna vez Jaime Augusto Shelley.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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