Por José Ruiz Mercado
La anécdota es simple, llana. Vecinos sin hablarse. Como quien dice parroquianos de la misma tienda, con la necesidad de los mismos horarios, pero evitando verse.
Ambos con la certeza de saberse iniciadores de un movimiento cuya obra dio pauta a estilos, abrieron la puerta para los siguientes; ambos con una obra grande en casi todos los géneros.
Ambos llegaron de otras latitudes. Uno de Guadalajara, el otro de Córdoba. El primero gana el Premio Jalisco, nació y vivió en la Calle Coronilla, una de una sola cuadra, en pleno centro de la ciudad. El segundo fue reconocido, laureado, con una revista reconocida internacionalmente.
Ambos emigraron, como muchos jóvenes lo hicieron y continúan por falta de oportunidades en sus lugares de origen, ambos, así, como quien escribe la historia una y otra vez llegaron a la Ciudad de México.
Ambos llegaron en un momento con cualidades especiales. No sólo en México, sino en el mundo. Con la terminación de la Segunda Guerra Mundial (En ocasiones me pregunto si alguna vez terminó) la industrialización se hizo eminente. La urbe creció sobre los campos de cultivo.
Vicente Leñero y Emilio Carballido, los vecinos distantes, se toparon con el crecimiento de la urbe, con la expansión de las vías férreas, con una ciudad amurallada, la ciudad de hierro de Metrópolis, o la vieja ciudad de hierro de Rockdrigo González.
Diferentes tiempos, pero, al final, vecinos distantes, cada uno escribió la obra de su momento histórico. Yo También Hablo de la Rosa, como esa rosa eléctrica, punzante, de Manuel Maples Arce. Otros tiempos, sí, otras latitudes, pero necesarias.
Y vino Compañero, la necesidad de revisar la historia, la necesidad de ahondar en las circunstancias del momento de crisis, de cambios, de posturas candentes en el círculo universal.
Vicente Leñero y Emilio Carballido tuvieron su propio círculo de seguidores, crecieron (literariamente hablando) en circuitos diferentes. Una característica de la cultura mexicana desde tiempos ancestrales.
Las culturas de México siguen presentes. No es una. Son varias, las cuales al final se unen, se conforman para ser una parte de la otra pero jamás terminan por juntarse. Continúa la visión del cerca y el junto de lo náhuatl, del eterno retorno de las culturas del norte, del venado y su baile al universo.
Todo un eterno devenir, lo dialéctico en lo dual, la complejidad ideológica de la esencia de lo mexicano. La imposibilidad de caminar juntos, de ser uno, porque ya somos miles en el ser uno.
Vicente Leñero y Emilio Carballido, o, Emilio Carballido y Vicente Leñero sostuvieron dos escuelas en la dramaturgia mexicana, se conjugaron sin siquiera pensarlo, y le dieron forma con otro autor pleno de poesía: Hugo Argüelles.
El triangulo en la dramaturgia mexicana. Entre los tres dieron la clave para los siguientes. Los siguientes, quienes más de una vez estuvieron en los talleres de ese triangulo sin decirles, porque se odiaban, no podían verse. Fueron los dioses celosos del misticismo náhuatl, los grandes del escenario, los dueños de la historia, los hacedores de la nueva dramaturgia, los vecinos distantes con la voz en pleno. Los padres de más de cuatro.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
Comentarios
Publicar un comentario