Por José Ruiz Mercado
Sonido en movimiento. Tenue luz en rítmico acento. Visual auditivo. La expectación ¿Cuándo inicia la obra? ¿Cuándo el público entra o cuando se sienta en su butaca?
Más de uno de mis maestros decían: En el momento cuando entra el primer público ya inició la obra. Para eso nos sirve la música. Lo peor que puede pasar es tener la de moda.
Toda puesta en escena debiera tener tres momentos cumbres: El inicio, a la entrada del público. Ya en el cuerpo de la obra. Al final. La despedida. Cada parte tiene su función específica.
El público llega con toda una carga diversa a la de la sala. Antes de llegar pasó por contratiempos propios por las circunstancias por las cuales pasó. Necesita relajarse. Se vuelve necesario algo que lo aleje, por lo menos momentáneamente de sus problemas.
Por eso es necesario abrir la puerta un tiempo antes. Recomendable quince minutos antes. Máxime si el espacio se encuentra en un lugar con tráfico. Los primeros cinco sirven de relajamiento. El cambio viene en otro tiempo para la preparación de la escena. Luego vendrá el otro momento: La preparación para la obra.
La puesta en escena tendrá su propia música. Acompañará las acciones, cambios de temporalidad, los necesarios para enfatizar movimientos, los cambios de luz, el cierre, la entrada de personajes, la salida de los mismos, de ser necesario.
Cuando se tiene la fortuna de músicos en vivo resulta más atractivo. De no ser así, el musicalizador atento a cada circunstancias. Con la ecualización exacta, el volumen. La música es el personaje oculto.
La función terminó. Los aplausos. Ya el público se levantó de sus butacas. Como buenos anfitriones lo despedimos. Una pieza para despedirlo. Tan larga como lo grande o pequeña sea la sala. Sin cortarla de tajo, aminorarla hasta la salida del último.
La música es un resorte inconciente. Nadie sabrá lo maravilloso del espectáculo auditivo. Salvo quien conozca. Pero no se espere aplauso. Este sólo llegará por una equivocación del audio. Entonce sí, vendrán las críticas, incluso de los actores, y hasta se dirá la mala intervención de alguna parte.
Hacer música para teatro es uno de esos trabajos poco recompensados. Se habla de la actuación, de la dirección, del vestuarista, del iluminador. Pocas, demasiado poco, un comentarista dirá: Excelente musicalización ¿Y los premios?
Sonido en movimiento. Tenue luz en rítmico acento. Visual auditivo. La expectación ¿Cuándo inicia la obra? ¿Cuándo el público entra o cuando se sienta en su butaca?
Más de uno de mis maestros decían: En el momento cuando entra el primer público ya inició la obra. Para eso nos sirve la música. Lo peor que puede pasar es tener la de moda.
Toda puesta en escena debiera tener tres momentos cumbres: El inicio, a la entrada del público. Ya en el cuerpo de la obra. Al final. La despedida. Cada parte tiene su función específica.
El público llega con toda una carga diversa a la de la sala. Antes de llegar pasó por contratiempos propios por las circunstancias por las cuales pasó. Necesita relajarse. Se vuelve necesario algo que lo aleje, por lo menos momentáneamente de sus problemas.
Por eso es necesario abrir la puerta un tiempo antes. Recomendable quince minutos antes. Máxime si el espacio se encuentra en un lugar con tráfico. Los primeros cinco sirven de relajamiento. El cambio viene en otro tiempo para la preparación de la escena. Luego vendrá el otro momento: La preparación para la obra.
La puesta en escena tendrá su propia música. Acompañará las acciones, cambios de temporalidad, los necesarios para enfatizar movimientos, los cambios de luz, el cierre, la entrada de personajes, la salida de los mismos, de ser necesario.
Cuando se tiene la fortuna de músicos en vivo resulta más atractivo. De no ser así, el musicalizador atento a cada circunstancias. Con la ecualización exacta, el volumen. La música es el personaje oculto.
La función terminó. Los aplausos. Ya el público se levantó de sus butacas. Como buenos anfitriones lo despedimos. Una pieza para despedirlo. Tan larga como lo grande o pequeña sea la sala. Sin cortarla de tajo, aminorarla hasta la salida del último.
La música es un resorte inconciente. Nadie sabrá lo maravilloso del espectáculo auditivo. Salvo quien conozca. Pero no se espere aplauso. Este sólo llegará por una equivocación del audio. Entonce sí, vendrán las críticas, incluso de los actores, y hasta se dirá la mala intervención de alguna parte.
Hacer música para teatro es uno de esos trabajos poco recompensados. Se habla de la actuación, de la dirección, del vestuarista, del iluminador. Pocas, demasiado poco, un comentarista dirá: Excelente musicalización ¿Y los premios?
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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