Por José Ruiz Mercado
Los sociólogos del arte coinciden en reconocer al estilo como parte del devenir histórico. Cuando éste deja de nacer de las necesidades sociales se estanca en una estructura de moda.
Cada grupo social sostiene sus cualidades de manifestación, al no salir a flote, los grupos (o el grupo) hegemónico impone su(s) gusto(s) al resto de la población, y, cuando un grupo subalterno entra en la escena, casi siempre minoritario, vienen los cambios.
Pero no es automático para su realización, menos aún generalizado. Infinitos factores son requeridos para su total y completa obtención. Los cambios políticos son factores decisivos.
El público del Siglo XIX en México fue asiduo y constante. Aún así, fue intrascendente. Respondió a la visión europea ¿A qué responde la visión del XXI? ¿Debería preocuparnos? ¿Nos preocupa más el tener salas llenas?
El periodo barroco mexicano tiene sus peculiaridades, sus personajes. El XIX sólo sus anécdotas. El barroco tiene a Sor Juana Inés de la Cruz, a Juan Ruiz de Alarcón. El XIX tiene a los seguidores de lo acontecido en Europa.
Después de la Revolución Mexicana el teatro dio un giro. Mariano Azuela, Marcelino Dávalos, entre otros, dieron pauta. Luego vendría Mauricio Magdaleno, Germán Liszt Arzubide, Manuel Maples Arce, entre otros. La nomina del XX es amplia.
Cada grupo, cada individuo, responde a un estilo el cual se da a partir de una antropología sígnica acorde a un grupo social, de cómo es representado, de la inclusión del trabajador cultural en su grupo. Cuando éste se vuelve representante es cuando se es artista, pero no toda su obra es arte.
Y si el estilo responde a un devenir histórico, entonces, no todo estilo responde a una trasformación social, muy al contrario, a una imposición ideológica enajenada. A una dependencia de los mercados internacionales.
Cuando un grupo social se ve representado, se ve ahí, sin cortapisas, será la obra, el estilo, el cual incluirá una conducta cotidiana. Vendrá otra estética, otra estructura.
Complejo el panorama para el Siglo XXI. Complejo en la resignificación de sus valores. Vivimos una época de cambios. Requerimos de otra visión de ver el mundo del teatro.
El pos modernismo nos habla de revisar la historia, en fundamentarnos para trabajar con nuevos paradigmas. Jamás en la repetición esquemática de viejas formulas. Estas sólo atraerán viejos públicos.
Entender la historia no es repetir hechos. El historiador se sitúa en el ahora para ver el ayer. No son los recuerdos, sino los hechos lo interesante para entender el mañana.
Difícil la tarea del historiador. Difícil entender que su tarea no es la recopilación de datos, sino su interpretación. Y en esto de los estilos se requiere de auxiliarse de otras ciencias.
Los sociólogos del arte coinciden en reconocer al estilo como parte del devenir histórico. Cuando éste deja de nacer de las necesidades sociales se estanca en una estructura de moda.
Cada grupo social sostiene sus cualidades de manifestación, al no salir a flote, los grupos (o el grupo) hegemónico impone su(s) gusto(s) al resto de la población, y, cuando un grupo subalterno entra en la escena, casi siempre minoritario, vienen los cambios.
Pero no es automático para su realización, menos aún generalizado. Infinitos factores son requeridos para su total y completa obtención. Los cambios políticos son factores decisivos.
El público del Siglo XIX en México fue asiduo y constante. Aún así, fue intrascendente. Respondió a la visión europea ¿A qué responde la visión del XXI? ¿Debería preocuparnos? ¿Nos preocupa más el tener salas llenas?
El periodo barroco mexicano tiene sus peculiaridades, sus personajes. El XIX sólo sus anécdotas. El barroco tiene a Sor Juana Inés de la Cruz, a Juan Ruiz de Alarcón. El XIX tiene a los seguidores de lo acontecido en Europa.
Después de la Revolución Mexicana el teatro dio un giro. Mariano Azuela, Marcelino Dávalos, entre otros, dieron pauta. Luego vendría Mauricio Magdaleno, Germán Liszt Arzubide, Manuel Maples Arce, entre otros. La nomina del XX es amplia.
Cada grupo, cada individuo, responde a un estilo el cual se da a partir de una antropología sígnica acorde a un grupo social, de cómo es representado, de la inclusión del trabajador cultural en su grupo. Cuando éste se vuelve representante es cuando se es artista, pero no toda su obra es arte.
Y si el estilo responde a un devenir histórico, entonces, no todo estilo responde a una trasformación social, muy al contrario, a una imposición ideológica enajenada. A una dependencia de los mercados internacionales.
Cuando un grupo social se ve representado, se ve ahí, sin cortapisas, será la obra, el estilo, el cual incluirá una conducta cotidiana. Vendrá otra estética, otra estructura.
Complejo el panorama para el Siglo XXI. Complejo en la resignificación de sus valores. Vivimos una época de cambios. Requerimos de otra visión de ver el mundo del teatro.
El pos modernismo nos habla de revisar la historia, en fundamentarnos para trabajar con nuevos paradigmas. Jamás en la repetición esquemática de viejas formulas. Estas sólo atraerán viejos públicos.
Entender la historia no es repetir hechos. El historiador se sitúa en el ahora para ver el ayer. No son los recuerdos, sino los hechos lo interesante para entender el mañana.
Difícil la tarea del historiador. Difícil entender que su tarea no es la recopilación de datos, sino su interpretación. Y en esto de los estilos se requiere de auxiliarse de otras ciencias.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
Comentarios
Publicar un comentario