Por José Ruiz Mercado
Ayer, como decir el otro día, me hicieron una pregunta directa ¿Cómo era la vida antes de las “competencias”? Menuda pregunta ¿Cómo responderla? No sé si contesté lo correcto. Para mí, más que una pregunta fue todo un cuestionamiento. Al llegar a casa escribo esto.
Las políticas públicas para la generación de públicos es uno de los aspectos más complejos para la difusión de la cultura teatral. Se piensa en una entidad abstracta. En el mejor de los casos, este, el público, se vuelve abstracción homogénea sin identidad propia. Los niños, los jóvenes, o bien, el teatro universitario, el amateur, el comercial.
Cuando se hace mención del teatro joven se mezcla lo hecho por universitarios. Así, vemos Shakespeare, Camus, Ionesco y otros autores vistos en las aulas como parte del estudio curricular. Fuera del D F, con la cartelera de los más montados, los éxitos de taquilla; esquemas, la mayoría de las veces, copias idénticas de las propuestas escénicas. Lo más gustado por el maestro en turno.
Pocas veces se mencionan los autores mexicanos, salvo cuando, por circunstancias miméticas las salas del centro del país sostienen una obra. Así se escuchan los nombres de Luis Mario Moncada, Bertha Hiriart y algunos otros. De los locales, a pesar de contar con una nómina alta, sólo se ven por amistad. Eso ocurre también con autores de otros estados fuera del circuito. Las salas independientes manejan el mismo esquema. Si nos vamos a las obras montadas en los municipios el asunto se vuelve más caótico. Son los clásicos ó los éxitos de la Capital del Estado: El reciclaje. No existe una materia de historia del teatro mexicano.
El euro centrismo escolar, fruto del positivismo ideológico, desde el Siglo XIX sustentado por el porfirismo para legitimar una clase social hasta la fecha, ha detenido el proceso del teatro en México. Lo ha convertido en un producto esquemático, trivial; digno para el consumo, propio para el capital social. El neoliberalismo económico produce ideologías. Los esquemas de la teoría por competencias es esto; un tecnicismo. Lo grandioso del teatro ocurre cuando pone en duda toda una sociedad; éste, nació, desde sus inicios, de la necesidad humana de sobrevivir.
La gran mayoría de los estudiosos del teatro coinciden en esto, salvo los críticos universitarios, quienes enarbolan la bandera del universalismo negando de entrada la posibilidad de un teatro nacional.
En el terreno de la dramaturgia sucede algo similar. Cada vez son más socorridos los concursos para jóvenes, en donde, tanto los jueces como los participantes son universitarios. La producción, por lo tanto, fruto de un mínimo de lecturas, sin una sistematización se ha estancado en un periodo del absurdo mal entendido. Los premios son exclusivamente pecuniarios, en ocasiones, la publicación; pero, la puesta en escena se olvida ¿Cómo se resuelve la finalidad del texto sin un montaje?
Otro error radica en confundir dramaturgia como el hecho escénico. El dramaturgo es un literato, cuando su obra se lleva a la escena entonces ya forma parte de la familia teatral. Como confundir el ovulo y el espermatozoide como el bebé. Las becas y los premios se quedan en esta etapa. Mientras no exista la puesta en escena no existe parto.
Lejos de ayudar a una investigación de la dramaturgia, complica el panorama ¿Cómo llegar a una sistematización metodológica para revisar las propuestas de los dramaturgos a la escena? ¿Quién, así, en familia, director, actor, sepa hacer su trabajo sin caer en esquematismos? Si cada uno tiene su trabajo no debería existir la pugna entre dramaturgo y director. Cada uno a su trabajo. Jamás a la competencia.
Ayer, como decir el otro día, me hicieron una pregunta directa ¿Cómo era la vida antes de las “competencias”? Menuda pregunta ¿Cómo responderla? No sé si contesté lo correcto. Para mí, más que una pregunta fue todo un cuestionamiento. Al llegar a casa escribo esto.
Las políticas públicas para la generación de públicos es uno de los aspectos más complejos para la difusión de la cultura teatral. Se piensa en una entidad abstracta. En el mejor de los casos, este, el público, se vuelve abstracción homogénea sin identidad propia. Los niños, los jóvenes, o bien, el teatro universitario, el amateur, el comercial.
Cuando se hace mención del teatro joven se mezcla lo hecho por universitarios. Así, vemos Shakespeare, Camus, Ionesco y otros autores vistos en las aulas como parte del estudio curricular. Fuera del D F, con la cartelera de los más montados, los éxitos de taquilla; esquemas, la mayoría de las veces, copias idénticas de las propuestas escénicas. Lo más gustado por el maestro en turno.
Pocas veces se mencionan los autores mexicanos, salvo cuando, por circunstancias miméticas las salas del centro del país sostienen una obra. Así se escuchan los nombres de Luis Mario Moncada, Bertha Hiriart y algunos otros. De los locales, a pesar de contar con una nómina alta, sólo se ven por amistad. Eso ocurre también con autores de otros estados fuera del circuito. Las salas independientes manejan el mismo esquema. Si nos vamos a las obras montadas en los municipios el asunto se vuelve más caótico. Son los clásicos ó los éxitos de la Capital del Estado: El reciclaje. No existe una materia de historia del teatro mexicano.
El euro centrismo escolar, fruto del positivismo ideológico, desde el Siglo XIX sustentado por el porfirismo para legitimar una clase social hasta la fecha, ha detenido el proceso del teatro en México. Lo ha convertido en un producto esquemático, trivial; digno para el consumo, propio para el capital social. El neoliberalismo económico produce ideologías. Los esquemas de la teoría por competencias es esto; un tecnicismo. Lo grandioso del teatro ocurre cuando pone en duda toda una sociedad; éste, nació, desde sus inicios, de la necesidad humana de sobrevivir.
La gran mayoría de los estudiosos del teatro coinciden en esto, salvo los críticos universitarios, quienes enarbolan la bandera del universalismo negando de entrada la posibilidad de un teatro nacional.
En el terreno de la dramaturgia sucede algo similar. Cada vez son más socorridos los concursos para jóvenes, en donde, tanto los jueces como los participantes son universitarios. La producción, por lo tanto, fruto de un mínimo de lecturas, sin una sistematización se ha estancado en un periodo del absurdo mal entendido. Los premios son exclusivamente pecuniarios, en ocasiones, la publicación; pero, la puesta en escena se olvida ¿Cómo se resuelve la finalidad del texto sin un montaje?
Otro error radica en confundir dramaturgia como el hecho escénico. El dramaturgo es un literato, cuando su obra se lleva a la escena entonces ya forma parte de la familia teatral. Como confundir el ovulo y el espermatozoide como el bebé. Las becas y los premios se quedan en esta etapa. Mientras no exista la puesta en escena no existe parto.
Lejos de ayudar a una investigación de la dramaturgia, complica el panorama ¿Cómo llegar a una sistematización metodológica para revisar las propuestas de los dramaturgos a la escena? ¿Quién, así, en familia, director, actor, sepa hacer su trabajo sin caer en esquematismos? Si cada uno tiene su trabajo no debería existir la pugna entre dramaturgo y director. Cada uno a su trabajo. Jamás a la competencia.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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