Por José Ruiz Mercado
Nos debemos al público. Somos a partir del reconocimiento de la obra, ese acto mediático pleno de ideologías producto de los choques de los grupos al interior, de los conflictos emanados de estos.
¿A cuántas obras hemos asistido? ¿De cuántas salimos con un sabor de boca con el firme deseo de repetir plato? El teatro, a diferencia de otras áreas, se da en vivo. No es la presencia de los actores, sino la esencia conjugada. Esto dificulta aún más el trabajo actoral. Mantener la esencia. Cada función única. Actuar para la eternidad.
Arduo trabajo. Largo camino. Aún más cuando estamos frente a una obra de época. El teatro histórico nos inquieta porque encontramos elementos aún presentes, ó, cuando la nostalgia nos invade.
Dos circunstancias invaden nuestra posición de espectadores. La injusticia siempre va a ser motivo de identificación. Aún así, el conflicto llega cuando es un individuo frente al mundo, cuando lo es hacia una comunidad es más difícil el contacto.
En esta segunda vertiente el conflicto llegará a un espectador con conocimiento del hecho histórico. Para México, una obra cuyo tema sea el 68, la guerra cristera, la Revolución Mexicana, la Independencia, son temas especializados para un sector de la población.
Una gran mayoría de éstas han quedado para su estudio, no así para la escena contemporánea. Muchas de ellas con estructuras dramáticas dignas para ser analizadas. Son las obras de estudio.
Incluso son obras y autores con un estilo bien definido. Obras provocadoras cuya estructura es digna de analizarse. Esas con su propia marca de agua, autores con más de una, pero, denotaron su época sin trascender a su temporalidad.
Con el tiempo, por el tiempo, se vieron rebasadas. Hoy nos parecen lejanas, a pesar de haber vivido esos instantes. Nos parecen obsoletas, bien sea por la falla (no técnica) de la actuación y, con esto, el desconocimiento del hecho, la sobre intelectualización con lo cual se llega a la falta de compromiso ideológico. Brecht planteaba el cómo un actor desideologizado hacia de cualquier obra un discurso fascista aún sin proponérselo.
El asunto teatro es un complejo universo pleno. Una maquinaria perfecta. Todo en su lugar exacto, preciso, un mundo de significantes con mayor exactitud que una ecuación con varias incógnitas.
El público no está fuera. Al contrario. Vuelvo a la carga: la ausencia de historiadores, estilistas, sociólogos, pedagogos, periodistas especializados; todos en conjunto nos permitirán llegar a un movimiento ligado a la sociedad del conocimiento.
Nos debemos al público. Somos a partir del reconocimiento de la obra, ese acto mediático pleno de ideologías producto de los choques de los grupos al interior, de los conflictos emanados de estos.
¿A cuántas obras hemos asistido? ¿De cuántas salimos con un sabor de boca con el firme deseo de repetir plato? El teatro, a diferencia de otras áreas, se da en vivo. No es la presencia de los actores, sino la esencia conjugada. Esto dificulta aún más el trabajo actoral. Mantener la esencia. Cada función única. Actuar para la eternidad.
Arduo trabajo. Largo camino. Aún más cuando estamos frente a una obra de época. El teatro histórico nos inquieta porque encontramos elementos aún presentes, ó, cuando la nostalgia nos invade.
Dos circunstancias invaden nuestra posición de espectadores. La injusticia siempre va a ser motivo de identificación. Aún así, el conflicto llega cuando es un individuo frente al mundo, cuando lo es hacia una comunidad es más difícil el contacto.
En esta segunda vertiente el conflicto llegará a un espectador con conocimiento del hecho histórico. Para México, una obra cuyo tema sea el 68, la guerra cristera, la Revolución Mexicana, la Independencia, son temas especializados para un sector de la población.
Una gran mayoría de éstas han quedado para su estudio, no así para la escena contemporánea. Muchas de ellas con estructuras dramáticas dignas para ser analizadas. Son las obras de estudio.
Incluso son obras y autores con un estilo bien definido. Obras provocadoras cuya estructura es digna de analizarse. Esas con su propia marca de agua, autores con más de una, pero, denotaron su época sin trascender a su temporalidad.
Con el tiempo, por el tiempo, se vieron rebasadas. Hoy nos parecen lejanas, a pesar de haber vivido esos instantes. Nos parecen obsoletas, bien sea por la falla (no técnica) de la actuación y, con esto, el desconocimiento del hecho, la sobre intelectualización con lo cual se llega a la falta de compromiso ideológico. Brecht planteaba el cómo un actor desideologizado hacia de cualquier obra un discurso fascista aún sin proponérselo.
El asunto teatro es un complejo universo pleno. Una maquinaria perfecta. Todo en su lugar exacto, preciso, un mundo de significantes con mayor exactitud que una ecuación con varias incógnitas.
El público no está fuera. Al contrario. Vuelvo a la carga: la ausencia de historiadores, estilistas, sociólogos, pedagogos, periodistas especializados; todos en conjunto nos permitirán llegar a un movimiento ligado a la sociedad del conocimiento.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
Comentarios
Publicar un comentario