Por José Ruiz Mercado
Cada escenario tiene una estructura. Cada acción requiere de un formato específico. Las verdades de Perogrullo, muchas veces pasadas de lado. El teatro callejero tiene una función, por lo tanto, cuando una obra es para un espacio cerrado y se lleva a la calle resulta un fracaso con muchos espectadores.
Lo mismo acontece cuando se escribe para un teatro de cámara y se realiza en un espacio mayor. Lo mismo sucede con el tipo de actuantes. Los muñecos, cualquiera que sean, tienen su cualidad específica.
Alfred Jarry escribió Ubu Rey para guignol por la propia cualidad temática. Ramón María del Valle Inclán hizo lo propio con La Ligazón, él mismo lo dijo: Auto para Siluetas.
Existen obras para actores con muñecos. La relación de unos y otros provocan la magia en el escenario. Con Cuerda y Madera, de Alejandro Ostoa nos lleva a revisar la importancia de esta acción al mostrarnos los juguetes tradicionales interactuando.
En una revisión didáctica, en una actitud lúdica, la obra trascurre sin nostalgias del pasado, sino con una revisión histórica. Mantiene su fundamento en su estructura.
Juegos tradicionales, juegos existentes como el yoyo, el balero, el zumbador, requieren de cuerda, requieren de habilidad, de la emoción, de la pasión de personaje.
Porque personaje es a quien la autenticidad lo hace único, sin repetición, sin la serie. Es de quién lo fabrica, lleva el alma impresa. Y no es nostalgia. Forma parte de una forma de vivir.
La pregunta obligada es ¿Qué quiero decir? Y lleva implícito hasta el mismo título. La emoción misma. Cambiar este es un acto de minimización. Una falta de respeto al autor.
Los muñecos, sean del tipo que usted desee, son entidades vivas. Y no son exclusivamente estructuras para niños, lo son también para adultos. De nuevo, la convención teatral.
Los muñecos merecen respeto, se ha dicho, se ha escrito, los muñecos tienen alma. Sólo requieren de alguien que los haga vibrar.
Cada escenario tiene una estructura. Cada acción requiere de un formato específico. Las verdades de Perogrullo, muchas veces pasadas de lado. El teatro callejero tiene una función, por lo tanto, cuando una obra es para un espacio cerrado y se lleva a la calle resulta un fracaso con muchos espectadores.
Lo mismo acontece cuando se escribe para un teatro de cámara y se realiza en un espacio mayor. Lo mismo sucede con el tipo de actuantes. Los muñecos, cualquiera que sean, tienen su cualidad específica.
Alfred Jarry escribió Ubu Rey para guignol por la propia cualidad temática. Ramón María del Valle Inclán hizo lo propio con La Ligazón, él mismo lo dijo: Auto para Siluetas.
Existen obras para actores con muñecos. La relación de unos y otros provocan la magia en el escenario. Con Cuerda y Madera, de Alejandro Ostoa nos lleva a revisar la importancia de esta acción al mostrarnos los juguetes tradicionales interactuando.
En una revisión didáctica, en una actitud lúdica, la obra trascurre sin nostalgias del pasado, sino con una revisión histórica. Mantiene su fundamento en su estructura.
Juegos tradicionales, juegos existentes como el yoyo, el balero, el zumbador, requieren de cuerda, requieren de habilidad, de la emoción, de la pasión de personaje.
Porque personaje es a quien la autenticidad lo hace único, sin repetición, sin la serie. Es de quién lo fabrica, lleva el alma impresa. Y no es nostalgia. Forma parte de una forma de vivir.
La pregunta obligada es ¿Qué quiero decir? Y lleva implícito hasta el mismo título. La emoción misma. Cambiar este es un acto de minimización. Una falta de respeto al autor.
Los muñecos, sean del tipo que usted desee, son entidades vivas. Y no son exclusivamente estructuras para niños, lo son también para adultos. De nuevo, la convención teatral.
Los muñecos merecen respeto, se ha dicho, se ha escrito, los muñecos tienen alma. Sólo requieren de alguien que los haga vibrar.
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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