Por José Ruiz Mercado
José Ruiz Mercado
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
La provocación está presente. La magia invita. Expresionismo de grandes figuras. Salvador Chávez en una entrevista afirmó acerca de este periodo del arte en una afirmación del Romanticismo.
“Me interesa el expresionismo porque se acerca a lo humano. Mozart lo deja ver en La Flauta Mágica; el periodo romántico hace un recuento de esta propuesta humanística” Palabras más, palabras menos, se adentró en la provocación de la magia, sonrió para continuar con la charla.
Salvador Chávez junto con Miguel Contreras, ambos, con una preparación en la plástica; Salvador en la escultura y Miguel en la pintura por varios años estuvieron presentes en el patio del Ex – Convento del Carmen con versiones de los cuentos de Juan Rulfo y Juan José Arreola por la década del ochenta, con sus marionetas, ofrecieron una forma de hacer éstas; verdaderas esculturas vivientes.
La vida de las marionetas tiene su encanto. De niño me tocó vivirlas de cerca en uno de esas carpas ambulantes. Cada determinado tiempo una feria de juegos mecánicos se asentaba en las calles del barrio: Atracciones Dorasco era el nombre (¿Dorazco? No recuerdo bien cual era el correcto).
Una carpa venía entre sus atracciones. Dos tandas 6 y 8, se anunciaban. Los cuentos tradicionales de Blanca Nieves, El Lobo Feroz, pero, la atracción principal era Cantinflas Torero.
Para la noche, a las diez, era la función de los adultos. Entonces se hacía la hora de subir al carrusel, a los carritos, a comer camote tatemado en una hornilla de leña. De comprar una buena dotación para en casa comerlo con leche.
Jamás, ni por asombro, me tocó ver esa función. Por las mañanas, me metía a hurtadillas a la carpa. Ahí estaban los muñecos. Lustraban sus cuerdas con un trozo de cera. Se peinaba su pelo con un cepillo especial.
Una de las titiriteras en más de una ocasión me daba oportunidad de tocarlas, hasta de moverlas; todo antes de que entrara el mayor de ellos, quien me regañaba con un ¿Qué usted no va a la escuela?
Me retiraba, no sin antes darle las gracias a ella, y sin ver al mayor salía corriendo. Mi padre ya me esperaba con la mochila y la pregunta consabida ¿Qué hacías ahí?
Ese día me la pasaba en la escuela pensando en el Cantinflas, en las muñecas nocturna con cientos de mantos de colores, pensando en lo que harían en las funciones de adultos. Pero eso sí, jamás toqué al toro. No fuera que se enojara y yo, tendría que salir corriendo.
Al regreso de la escuela me apresuraba a hacer la tarea. Si no la hacia no había títeres. Perderse una función hubiera sido un desastre. Nada más estaban tres días, en ocasiones cuatro. Luego se iban a otro espacio. Nunca supe a cuál.
A los años, más en nostalgia de la infancia, llevaba a mis hijos al Ex – Convento del Carmen. Los papeles se cambiaron, así como yo exigía a mi padre ir a esa carpa, así ellos me exigían ir a el otro recinto.
“Me interesa el expresionismo porque se acerca a lo humano. Mozart lo deja ver en La Flauta Mágica; el periodo romántico hace un recuento de esta propuesta humanística” Palabras más, palabras menos, se adentró en la provocación de la magia, sonrió para continuar con la charla.
Salvador Chávez junto con Miguel Contreras, ambos, con una preparación en la plástica; Salvador en la escultura y Miguel en la pintura por varios años estuvieron presentes en el patio del Ex – Convento del Carmen con versiones de los cuentos de Juan Rulfo y Juan José Arreola por la década del ochenta, con sus marionetas, ofrecieron una forma de hacer éstas; verdaderas esculturas vivientes.
La vida de las marionetas tiene su encanto. De niño me tocó vivirlas de cerca en uno de esas carpas ambulantes. Cada determinado tiempo una feria de juegos mecánicos se asentaba en las calles del barrio: Atracciones Dorasco era el nombre (¿Dorazco? No recuerdo bien cual era el correcto).
Una carpa venía entre sus atracciones. Dos tandas 6 y 8, se anunciaban. Los cuentos tradicionales de Blanca Nieves, El Lobo Feroz, pero, la atracción principal era Cantinflas Torero.
Para la noche, a las diez, era la función de los adultos. Entonces se hacía la hora de subir al carrusel, a los carritos, a comer camote tatemado en una hornilla de leña. De comprar una buena dotación para en casa comerlo con leche.
Jamás, ni por asombro, me tocó ver esa función. Por las mañanas, me metía a hurtadillas a la carpa. Ahí estaban los muñecos. Lustraban sus cuerdas con un trozo de cera. Se peinaba su pelo con un cepillo especial.
Una de las titiriteras en más de una ocasión me daba oportunidad de tocarlas, hasta de moverlas; todo antes de que entrara el mayor de ellos, quien me regañaba con un ¿Qué usted no va a la escuela?
Me retiraba, no sin antes darle las gracias a ella, y sin ver al mayor salía corriendo. Mi padre ya me esperaba con la mochila y la pregunta consabida ¿Qué hacías ahí?
Ese día me la pasaba en la escuela pensando en el Cantinflas, en las muñecas nocturna con cientos de mantos de colores, pensando en lo que harían en las funciones de adultos. Pero eso sí, jamás toqué al toro. No fuera que se enojara y yo, tendría que salir corriendo.
Al regreso de la escuela me apresuraba a hacer la tarea. Si no la hacia no había títeres. Perderse una función hubiera sido un desastre. Nada más estaban tres días, en ocasiones cuatro. Luego se iban a otro espacio. Nunca supe a cuál.
A los años, más en nostalgia de la infancia, llevaba a mis hijos al Ex – Convento del Carmen. Los papeles se cambiaron, así como yo exigía a mi padre ir a esa carpa, así ellos me exigían ir a el otro recinto.
José Ruiz Mercado
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Comentarios
Publicar un comentario