Por José Ruiz Mercado
Entrar a un cuarto oscuro es adentrarse en los conflictos de la mente. Todo ahí está pero no se mira. Está, pero no lo sabemos. Es como una partitura del silencio, esa, la que nos permite el descanso supremo.
Está ahí, sin saberlo. Dispuesta a continuar o a iniciar. Entramos cuando iniciamos a conocer. Entramos dispuestos a devorar todo lo devorable. Por lo menos eso creemos.
Es en esa creencia cuando se presenta el monstruo de los sueños: la ideología, la estructura del creer en lo poco conocido. En lo individual. Después de todo nuestro hacer se fundamentará en esto; un cuarto oscuro.
Recolectamos a tientas lo creíble tan cierto en ese tentaleo de la búsqueda de lo verdadero, la cual, sólo cuando se abra una ventana el cuestionamiento llegará. Todo depende de cuanto tiempo estemos en ese espacio.
Leer un libro puede ser tan solo un postigo a otro universo, más no la ventana. Releerlo nos puede permitir conocer el postigo. Ese fragmento a la realidad desconocida para nosotros, ya no se hacen postigos, pero en otro tiempo existieron.
Releerlo, si, cuestionar lo creíble con anterioridad nos permite pensar en otro universo. Entonces nos enteramos de cuan equivocados estábamos cuando creímos en haber concluido la lectura.
Reflexión a la cual llego al releer a Willebaldo López, a varias de las lecturas escénicas que me tocó verlas de Los Arrieros con sus Burros por la Hermosa Capital. Muchas lecturas ideologizadas. Bien decía uno de mis maestros, más vale la obra ahí, en el archivo, que un mal montaje.
Willebaldo maneja la ironía, jamás el chiste barato, el pastelazo. La aparente broma nos lleva a lo lacónico, de ahí la posibilidad de entrar a ese universo de la crueldad.
¿Y qué decir de Cosas de Muchachos? Una realidad fría. Todo inicia en un juego, en una realidad aparente, donde, todos participan de la decadencia. Nadie es culpable. Todos son culpables. Todos somos responsables.
Vuelvo a leer Siete Obras de Teatro, publicado por el Fondo de Cultura Económica en septiembre de 1997 con prólogo de Griselda Álvarez. Ella inició la presentación del libro con Yo soy Juárez, la obra magistral, en donde se cuestiona el ambiente estudiantil, sin lecturas, con pereza hacia la investigación, sin alabanzas. Estrenada el 29 de septiembre de 1972 en el teatro Independencia, dirigida por Fernando Wagner, con escenografía de Julio Prieto.
Willebaldo López se adentra en ese ambiente estudiantil, nos permite observar la vida interna de la etapa del juego a ser adultos, la entrada al mundo de las responsabilidades de golpe a donde jamás nos dijeron como es. De ese cuarto oscuro del cual, desde la matriz, jamás deseábamos salir. Y es que las obras nos remiten a esa conciencia del postigo; del encuentro forzoso de la luz de la puerta que nos encandila.
José Ruiz Mercado
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
Entrar a un cuarto oscuro es adentrarse en los conflictos de la mente. Todo ahí está pero no se mira. Está, pero no lo sabemos. Es como una partitura del silencio, esa, la que nos permite el descanso supremo.
Está ahí, sin saberlo. Dispuesta a continuar o a iniciar. Entramos cuando iniciamos a conocer. Entramos dispuestos a devorar todo lo devorable. Por lo menos eso creemos.
Es en esa creencia cuando se presenta el monstruo de los sueños: la ideología, la estructura del creer en lo poco conocido. En lo individual. Después de todo nuestro hacer se fundamentará en esto; un cuarto oscuro.
Recolectamos a tientas lo creíble tan cierto en ese tentaleo de la búsqueda de lo verdadero, la cual, sólo cuando se abra una ventana el cuestionamiento llegará. Todo depende de cuanto tiempo estemos en ese espacio.
Leer un libro puede ser tan solo un postigo a otro universo, más no la ventana. Releerlo nos puede permitir conocer el postigo. Ese fragmento a la realidad desconocida para nosotros, ya no se hacen postigos, pero en otro tiempo existieron.
Releerlo, si, cuestionar lo creíble con anterioridad nos permite pensar en otro universo. Entonces nos enteramos de cuan equivocados estábamos cuando creímos en haber concluido la lectura.
Reflexión a la cual llego al releer a Willebaldo López, a varias de las lecturas escénicas que me tocó verlas de Los Arrieros con sus Burros por la Hermosa Capital. Muchas lecturas ideologizadas. Bien decía uno de mis maestros, más vale la obra ahí, en el archivo, que un mal montaje.
Willebaldo maneja la ironía, jamás el chiste barato, el pastelazo. La aparente broma nos lleva a lo lacónico, de ahí la posibilidad de entrar a ese universo de la crueldad.
¿Y qué decir de Cosas de Muchachos? Una realidad fría. Todo inicia en un juego, en una realidad aparente, donde, todos participan de la decadencia. Nadie es culpable. Todos son culpables. Todos somos responsables.
Vuelvo a leer Siete Obras de Teatro, publicado por el Fondo de Cultura Económica en septiembre de 1997 con prólogo de Griselda Álvarez. Ella inició la presentación del libro con Yo soy Juárez, la obra magistral, en donde se cuestiona el ambiente estudiantil, sin lecturas, con pereza hacia la investigación, sin alabanzas. Estrenada el 29 de septiembre de 1972 en el teatro Independencia, dirigida por Fernando Wagner, con escenografía de Julio Prieto.
Willebaldo López se adentra en ese ambiente estudiantil, nos permite observar la vida interna de la etapa del juego a ser adultos, la entrada al mundo de las responsabilidades de golpe a donde jamás nos dijeron como es. De ese cuarto oscuro del cual, desde la matriz, jamás deseábamos salir. Y es que las obras nos remiten a esa conciencia del postigo; del encuentro forzoso de la luz de la puerta que nos encandila.

Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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