Por José Ruiz Mercado.
La década de los 50 fue clave. La comunidad teatral sostenía diferentes posturas ante la circunstancia político económico del momento. La crisis de la Segunda Guerra Mundial, y la siguiente (la de Corea), se hacía latente en la idiosincrasia local.
Los movimientos contestarios en el vecino país del norte, así como de los países europeos llegaron a México y, específicamente a Guadalajara, en una oleada de novedad. Seki Sano llega a México.
Pronto se vino la toma (en un momento la división) entre los vanguardistas y la tradición. Guadalajara al no tener la visión de un movimiento teatral incluyente, tiene la consigna de llevar a la escena lo de fuera, porque su producto local no se parecía a lo hecho en las capitales del espectáculo.
El discurso de lo nuevo, las juventudes, inicia a ser piedra angular. Los jóvenes podían ir a la guerra. Se abre la frontera para los campos de cultivo en Estados Unidos y el bracerismo se hace latente en varias poblaciones del Estado.
El teatro en Jalisco no percibió este fenómeno. La escena local (y en todo México) dejó pasar este filón para meterse en la problemática de la clase media. Se toma el existencialismo como fundamento, principalmente, el francés, y más concretamente Jean Paul Sartre.
Había público. La profenalización de los espacios era un hecho. Pequeños, improvisados, caseros, de todo; se sabía dónde ir. Sin embargo faltaban las propuestas locales.
Las adaptaciones de novelas fueron la voz primera. Metamorfosis de Franz Kafka, a cargo de Tufic Marón. Era la obra del momento, la crisis de la clase media, el cuestionamiento. La otra adaptación fue Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. Unos años después, alguien más quiso vendernos la idea de ser el primero. La falla del desconocimiento histórico.
Y llegó una voz de aquellos tiempos, quién quizás no fue el único, siempre existen más, pero ante un panorama adverso, alguien sobresale, alguien tenía que dar la pauta (no lo fue Juan José Arreola, el había emigrado a la Ciudad de México, y después a Francia) y la hizo: Diego Figueroa, quien aporta a la escena local una relectura a los héroes de la historia nacional, pero sobre todo, nos deja una obra de tesis: Los Personajes se Odian.
Con ésta hace una disertación acerca de las escuelas básicas: El Romanticismo y el Clasicismo. Los contrapuestos. La aristocracia y el postergado. Y va con más, la teoría pirandelliana; los personajes con vida le exigen al autor a llevarlos a la escena. Su gran aportación.
Tres personajes. Dos en conflicto: La de Estirpe Clásica, y, El Postergado del Coro se enfrentan en la dialéctica de la sobrevivencia frente a uno que duerme a la espera de la idea genial. Son ellos quienes le dictan al autor el final de la obra, el final (quisiéramos creerlo) de una época.
José Ruiz Mercado
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
La década de los 50 fue clave. La comunidad teatral sostenía diferentes posturas ante la circunstancia político económico del momento. La crisis de la Segunda Guerra Mundial, y la siguiente (la de Corea), se hacía latente en la idiosincrasia local.
Los movimientos contestarios en el vecino país del norte, así como de los países europeos llegaron a México y, específicamente a Guadalajara, en una oleada de novedad. Seki Sano llega a México.
Pronto se vino la toma (en un momento la división) entre los vanguardistas y la tradición. Guadalajara al no tener la visión de un movimiento teatral incluyente, tiene la consigna de llevar a la escena lo de fuera, porque su producto local no se parecía a lo hecho en las capitales del espectáculo.
El discurso de lo nuevo, las juventudes, inicia a ser piedra angular. Los jóvenes podían ir a la guerra. Se abre la frontera para los campos de cultivo en Estados Unidos y el bracerismo se hace latente en varias poblaciones del Estado.
El teatro en Jalisco no percibió este fenómeno. La escena local (y en todo México) dejó pasar este filón para meterse en la problemática de la clase media. Se toma el existencialismo como fundamento, principalmente, el francés, y más concretamente Jean Paul Sartre.
Había público. La profenalización de los espacios era un hecho. Pequeños, improvisados, caseros, de todo; se sabía dónde ir. Sin embargo faltaban las propuestas locales.
Las adaptaciones de novelas fueron la voz primera. Metamorfosis de Franz Kafka, a cargo de Tufic Marón. Era la obra del momento, la crisis de la clase media, el cuestionamiento. La otra adaptación fue Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. Unos años después, alguien más quiso vendernos la idea de ser el primero. La falla del desconocimiento histórico.
Y llegó una voz de aquellos tiempos, quién quizás no fue el único, siempre existen más, pero ante un panorama adverso, alguien sobresale, alguien tenía que dar la pauta (no lo fue Juan José Arreola, el había emigrado a la Ciudad de México, y después a Francia) y la hizo: Diego Figueroa, quien aporta a la escena local una relectura a los héroes de la historia nacional, pero sobre todo, nos deja una obra de tesis: Los Personajes se Odian.
Con ésta hace una disertación acerca de las escuelas básicas: El Romanticismo y el Clasicismo. Los contrapuestos. La aristocracia y el postergado. Y va con más, la teoría pirandelliana; los personajes con vida le exigen al autor a llevarlos a la escena. Su gran aportación.
Tres personajes. Dos en conflicto: La de Estirpe Clásica, y, El Postergado del Coro se enfrentan en la dialéctica de la sobrevivencia frente a uno que duerme a la espera de la idea genial. Son ellos quienes le dictan al autor el final de la obra, el final (quisiéramos creerlo) de una época.

Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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