Por José Ruiz Mercado.
En mis tiempos de estudiante llegué a creer en que si leía me contaminaba; quería ser único y original. Creía que lo anterior a mí era menor. Luego escuché en mis compañeros la misma letanía.
Intenté competir con ellos. Al final teníamos los mismos años. Y todos nos sentíamos superiores a nuestros maestros. Entrábamos a clase por la asistencia ¿Para qué sus enseñanzas si todo lo sabíamos?
En una ocasión escuché charlar a nuestros profesores reírse de sí mismos ¿Recuerdas cuando Narciso estaba presente en todos nuestros actos? Y luego se rieron aún más. Un día se fue Narciso y nos encontramos solos.
Por eso no nos pueden enseñar. Se fue el compañero estrella y ya no supieron que hacer. Me dije. Me retiré del grupo. Alguna vez mi abuela me había corrido con “no es de buena educación escuchar la charla de los mayores” Mi abuela con sus frases celebres.
Cuando estudiantes siempre hay un compañero sabelotodo. Me dirigí, en la primera oportunidad, a él para preguntarle ¿Tú sabes quien era el compañero estudioso de los profesores?
La pregunta se le hizo ociosa. Me respondió que no sabía y, luego vino el ¿Por qué? Hablaron de un Narciso. Su cara me dijo muchas cosas. Se río, aún más que ellos. Eso es la corporalidad, sí, me dije, la creación del personaje a partir de la corporalidad. Comprendí que si sabía la respuesta.
Ningún daño te haría leer un poco. Me dijo, para luego continuar. Narciso fue un personaje de la mitología. Se amaba tanto que se murió en el espejo de sí mismo.
Fue el golpe más duro. Aún más que cuando reprobé la clase de mitología. Me prestó un libro de psicología en donde se hablaba del narcisismo temprano. Me lo regresas, me advirtió.
Duré meses leyéndolo. No podía creerme en el traje de quien creí un compañero de estudio de mis profesores. Un día, en los pasillos mi compañero me interceptó ¡Mi libro! Si la lectura no te cambia no tiene caso que sigas con mi libro.
Se lo regresé. Ese día había recibido la lección más grande. Tenía mucho por aprender y mis maestros mucho por enseñarme. Empecé por acercarme a ellos, a pedirles consejo de lecturas.
Adalberto Navarro Sánchez me facilitó alguna de las revistas por él editadas: Etcaetera, ahí leí a Diego Figueroa, quien en los años cincuenta luchó por una escuela de actuación.
Eso me llevó a Luigi Pirandello, a Federico García Lorca, a otro de mis maestros, Ignacio Arriola Haro. Su lectura me llevó a Freud, a escuchar música, a entenderla como parte del proceso creativo de una puesta en escena.
Rompí con muchos de mis paradigmas. Pero sobre todo a comprender la importancia de conocer a quienes me anteceden. Leí a Hegel, comprendí el como una generación tiene un antecedente y por ello genera una propuesta y, no es porque tengas una edad, sino porque tienes algo por decir formas parte de una generación.
Pero sobre todo, me olvidé de Narciso.
José Ruiz Mercado
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
En mis tiempos de estudiante llegué a creer en que si leía me contaminaba; quería ser único y original. Creía que lo anterior a mí era menor. Luego escuché en mis compañeros la misma letanía.
Intenté competir con ellos. Al final teníamos los mismos años. Y todos nos sentíamos superiores a nuestros maestros. Entrábamos a clase por la asistencia ¿Para qué sus enseñanzas si todo lo sabíamos?
En una ocasión escuché charlar a nuestros profesores reírse de sí mismos ¿Recuerdas cuando Narciso estaba presente en todos nuestros actos? Y luego se rieron aún más. Un día se fue Narciso y nos encontramos solos.
Por eso no nos pueden enseñar. Se fue el compañero estrella y ya no supieron que hacer. Me dije. Me retiré del grupo. Alguna vez mi abuela me había corrido con “no es de buena educación escuchar la charla de los mayores” Mi abuela con sus frases celebres.
Cuando estudiantes siempre hay un compañero sabelotodo. Me dirigí, en la primera oportunidad, a él para preguntarle ¿Tú sabes quien era el compañero estudioso de los profesores?
La pregunta se le hizo ociosa. Me respondió que no sabía y, luego vino el ¿Por qué? Hablaron de un Narciso. Su cara me dijo muchas cosas. Se río, aún más que ellos. Eso es la corporalidad, sí, me dije, la creación del personaje a partir de la corporalidad. Comprendí que si sabía la respuesta.
Ningún daño te haría leer un poco. Me dijo, para luego continuar. Narciso fue un personaje de la mitología. Se amaba tanto que se murió en el espejo de sí mismo.
Fue el golpe más duro. Aún más que cuando reprobé la clase de mitología. Me prestó un libro de psicología en donde se hablaba del narcisismo temprano. Me lo regresas, me advirtió.
Duré meses leyéndolo. No podía creerme en el traje de quien creí un compañero de estudio de mis profesores. Un día, en los pasillos mi compañero me interceptó ¡Mi libro! Si la lectura no te cambia no tiene caso que sigas con mi libro.
Se lo regresé. Ese día había recibido la lección más grande. Tenía mucho por aprender y mis maestros mucho por enseñarme. Empecé por acercarme a ellos, a pedirles consejo de lecturas.
Adalberto Navarro Sánchez me facilitó alguna de las revistas por él editadas: Etcaetera, ahí leí a Diego Figueroa, quien en los años cincuenta luchó por una escuela de actuación.
Eso me llevó a Luigi Pirandello, a Federico García Lorca, a otro de mis maestros, Ignacio Arriola Haro. Su lectura me llevó a Freud, a escuchar música, a entenderla como parte del proceso creativo de una puesta en escena.
Rompí con muchos de mis paradigmas. Pero sobre todo a comprender la importancia de conocer a quienes me anteceden. Leí a Hegel, comprendí el como una generación tiene un antecedente y por ello genera una propuesta y, no es porque tengas una edad, sino porque tienes algo por decir formas parte de una generación.
Pero sobre todo, me olvidé de Narciso.

Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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