Por José Ruiz Mercado.
Las épocas marcan. Vivimos nuestro eterno devenir en el nunca para. Las redes sociales son factores de interés social, tienen su ritmo propio, su patología social, su temporalidad. No son para negarse, al contrario, en ellas se percibe el palpitar de la polis.
Escuchamos a diario la frase benefactora para los universales, o la más aventurada, el teatro no tiene tiempo ni nación, escuchamos ésta y otras muchas. Como si fuera el teatro algo intangible.
El autor forma parte de su tiempo. Producto de una sociedad. Pertenece a un grupo y, por circunstancias socio-históricas se convierte en portavoz de su momento, de un grupo, pero sobre todo, aflora las patologías etnoculturales de un fragmento de su elite. Forma parte, sí, porque no termina.
El autor se convierte en un ser molesto, o en escudo estandarte de lo que, como ciudadano de a pie, no nos atrevemos a decir. Existe algo escondido en las entrañas sociales.
Cuando asistimos a revisar la biografía de los grandes, siempre nos topamos otros grandes ¿Qué sucede entonces cuando no existe una sociedad de grandes? Cuando una sociedad entra en conflicto con quien cuestiona, se conflictúa, ofrece otra revisión diversa.
Toda obra necesita un público. Toda obra nace de una circunstancia. Depende de una lectura, una sintonía entre emisor y receptor. Ambos enlazados en la necesidad del mensaje.
¿Hasta dónde conocemos el teatro nuestro de cada día? ¿Hasta dónde estamos ante una visión ideologizada? Y nos hacemos como esos personajes sin cara que nos ufanamos de haber recibido en casa a una personalidad y nos tomamos selfies en las conferencias a su lado.
Las épocas marcan. Pero la ideología euro céntrica perdura. Los tiempos cambian, pero no del todo. Así que estudiar la época del autor nos puede dar una visión más amplia. Pero sobre todo, la ubicación de su obra.
La mayoría de los autores son conocidos en su etapa de vida. Después son olvidados, como si jamás hubieran existido. Otros sólo son reconocidos en su círculo. Se pierden ahí.
Pocos recuerdan a Maruxa Villalta, a Diego Figueroa, a la familia Mendoza López, a pesar del gusto operístico; nos limitamos a Verdi, y repetimos las temporadas con lo mismo. ¿Alguien recuerda La Mulata de Córdoba, a Salvador Novo con sus grandes aportaciones al teatro?
Y en Nayarit, por ejemplo, a Rodolfo Amezcua del Río. En Jalisco, a Félix Vargas. Cada día se vuelve necesario hacer un recuento de la obra de sus personalidades de la escena.
Rodolfo Amezcua del Río (Michoacán 1937- Tepic 2002) fue parte del movimiento teatral de Nayarit. En agosto de 1987, la Universidad Veracruzana (UV) le publica El Pez Grande, libro con 136 páginas, en donde nos encontramos con cinco obras.
En el 2004 la Universidad Autónoma de Nayarit (UAN) edita El Pez Grande y Réquiem por una Mariposa, en total diez obras. En este tomo se reeditan las obras de la UV, así como el publicado por el Consejo Estatal Para la Cultura y las Artes de Nayarit.
Un tomo interesante, no sólo por la reedición de estos dos libros, sino además por el prólogo de Emilio Carballido, escrito en 1987; texto que nos ubica en Las coordenadas (las cuales nos) ayudan a entender las tierras incógnitas. Rumiar las obras de Amezcua me hizo colocarlas entre ciertos paralelos y meridianos: el drama Noh, los irlandeses, y de estos, Yeats en especial, el García Lorca de El Público y Así que Pasen Cinco Años, un poco también Boris Vian, especialmente con El Descuartizamiento de Caballos.
Publica además narrativa y poesía. Verano de piel agua, en 1999, con prologo de León Plascencia Nol; El Viento de la Ballena, en 1997, Brán, en 2003, con un acertado prólogo de Rosalba Esparza.
Las épocas marcan, sí, ahora esperemos la apertura del pensamiento para bien de nuestro devenir histórico.
José Ruiz Mercado
Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
Las épocas marcan. Vivimos nuestro eterno devenir en el nunca para. Las redes sociales son factores de interés social, tienen su ritmo propio, su patología social, su temporalidad. No son para negarse, al contrario, en ellas se percibe el palpitar de la polis.
Escuchamos a diario la frase benefactora para los universales, o la más aventurada, el teatro no tiene tiempo ni nación, escuchamos ésta y otras muchas. Como si fuera el teatro algo intangible.
El autor forma parte de su tiempo. Producto de una sociedad. Pertenece a un grupo y, por circunstancias socio-históricas se convierte en portavoz de su momento, de un grupo, pero sobre todo, aflora las patologías etnoculturales de un fragmento de su elite. Forma parte, sí, porque no termina.
El autor se convierte en un ser molesto, o en escudo estandarte de lo que, como ciudadano de a pie, no nos atrevemos a decir. Existe algo escondido en las entrañas sociales.
Cuando asistimos a revisar la biografía de los grandes, siempre nos topamos otros grandes ¿Qué sucede entonces cuando no existe una sociedad de grandes? Cuando una sociedad entra en conflicto con quien cuestiona, se conflictúa, ofrece otra revisión diversa.
Toda obra necesita un público. Toda obra nace de una circunstancia. Depende de una lectura, una sintonía entre emisor y receptor. Ambos enlazados en la necesidad del mensaje.
¿Hasta dónde conocemos el teatro nuestro de cada día? ¿Hasta dónde estamos ante una visión ideologizada? Y nos hacemos como esos personajes sin cara que nos ufanamos de haber recibido en casa a una personalidad y nos tomamos selfies en las conferencias a su lado.
Las épocas marcan. Pero la ideología euro céntrica perdura. Los tiempos cambian, pero no del todo. Así que estudiar la época del autor nos puede dar una visión más amplia. Pero sobre todo, la ubicación de su obra.
La mayoría de los autores son conocidos en su etapa de vida. Después son olvidados, como si jamás hubieran existido. Otros sólo son reconocidos en su círculo. Se pierden ahí.
Pocos recuerdan a Maruxa Villalta, a Diego Figueroa, a la familia Mendoza López, a pesar del gusto operístico; nos limitamos a Verdi, y repetimos las temporadas con lo mismo. ¿Alguien recuerda La Mulata de Córdoba, a Salvador Novo con sus grandes aportaciones al teatro?
Y en Nayarit, por ejemplo, a Rodolfo Amezcua del Río. En Jalisco, a Félix Vargas. Cada día se vuelve necesario hacer un recuento de la obra de sus personalidades de la escena.
Rodolfo Amezcua del Río (Michoacán 1937- Tepic 2002) fue parte del movimiento teatral de Nayarit. En agosto de 1987, la Universidad Veracruzana (UV) le publica El Pez Grande, libro con 136 páginas, en donde nos encontramos con cinco obras.
En el 2004 la Universidad Autónoma de Nayarit (UAN) edita El Pez Grande y Réquiem por una Mariposa, en total diez obras. En este tomo se reeditan las obras de la UV, así como el publicado por el Consejo Estatal Para la Cultura y las Artes de Nayarit.
Un tomo interesante, no sólo por la reedición de estos dos libros, sino además por el prólogo de Emilio Carballido, escrito en 1987; texto que nos ubica en Las coordenadas (las cuales nos) ayudan a entender las tierras incógnitas. Rumiar las obras de Amezcua me hizo colocarlas entre ciertos paralelos y meridianos: el drama Noh, los irlandeses, y de estos, Yeats en especial, el García Lorca de El Público y Así que Pasen Cinco Años, un poco también Boris Vian, especialmente con El Descuartizamiento de Caballos.
Publica además narrativa y poesía. Verano de piel agua, en 1999, con prologo de León Plascencia Nol; El Viento de la Ballena, en 1997, Brán, en 2003, con un acertado prólogo de Rosalba Esparza.
Las épocas marcan, sí, ahora esperemos la apertura del pensamiento para bien de nuestro devenir histórico.

Dramaturgo, escritor, director, actor y docente.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autor de numerosos libros de poesía, teatro, narrativa y ensayo.
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